#ElPerúQueQueremos

Eso que no queremos ver

Publicado: 2012-09-26

Siempre que no se haga en público.

“No tengo ningún problema con los homosexuales, mientras no hagan sus cosas en la calle”. Esa es la frase favorita de los homofóbicos que quieren pasar piola. Yo me pregunto, cuáles son esas cosas que no quieren que hagan, porque, que yo recuerde, ni siquiera en las reuniones con amigos todos homosexuales los he visto cometer algún acto contra el pudor y las (inefables) buenas costumbres. No, no los he visto tirar en la calle, ni siquiera meterse la mano más allá de lo que hace cualquier pareja heterosexual. Pero, igual, que lo hagan donde yo nos los vea

No es exactamente el tema de la homofobia, aunque tiene que ver, el que quiero resaltar aquí, sino uno que, a pesar de que nace de esta, se extiende a todo aquello que “no nos gusta que se haga en público”.

La misma frase podría aplicarse, por ejemplo, a una mujer que ha decidido tener una vida sexual guiada por su propio impulso y decisión. “¡Ahora qué van a decir de ti! ¿No has pensado en lo que la gente va a hablar?” sería la frase de una madre o un padre ofendidos por la vida sexual de una hija “descarriada”. Podría poner miles de ejemplos de nuestro especial gusto por hacer o mantener ciertas cosas bajo siete llaves, siempre pensando en el qué dirán los demás, pero no quiero cansarme con eso, porque en verdad sería muy cansino.

Esta actitud es contradictoria, como toda nuestra ética y moral nacional, con los niveles de teleaudiencia que tienen los reality especializados en sacar a la luz la miseria de la gente, ya sea pobre o rica, anónima o famosa, mientras sea una de esas cosas que todos metemos debajo de la alfombra cuando hay visita habrá una multitud ávida de detalles, de fotos, vídeos, audios o lo que sea que nos cuenten que son otros los que hacen esas cosas.

Por otro lado, no puedo dejar de pensar, al ver la reacción de la gente ante otras muertes de gente común que, sin querer, ha pasado a ser tan famosa como Augusto Ferrando –un pionero en hacer de la miseria humana un espectáculo de entretenimiento masivo.

No importan las pruebas, igual es una asesina

Hace como un año encontraron el cuerpo de Ciro Castillo, hecho que ingenuamente creí que sería el fin de una novela de folletín con demasiadas entregas, pero no, la cosa siguió y siguió. Luego se venció el plazo para la investigación fiscal sobre el mismo caso y no se habían reunido pruebas concluyentes sobre la presunta comisión de un homicidio y yo dije, por fin, pero tampoco. Se pidió ampliación de plazo para continuar la investigación –que tampoco aportará nada– gracias a la presión de los medios y de la gente que no quiere ver el caso terminado si no es con Rosario Ponce presa y humillada sin importar que no se haya podido determinar nada contra ella, o sea, no es culpable dentro de los márgenes que el estado de derecho establece, pero no importa, es mujer, no ha llorado por la muerte de Ciro y la queremos linchar, mientras que a Ciro le levantan monumentos, le rezan novenas y casi piden su beatificación, rechazando acusaciones tan obvias como que se metía sus porritos de vez en cuando como miles de universitarios en el país, con tal de mantener esa venerable imagen víctima de una loca.

Hay cosas más importantes que la muerte de una puta

El debate generado a partir de la muerte de Ruth Thalia gira en torno a que si Bero Ortiz y su programa deberían ser expulsados de la televisión. Un poco porque es inevitable alguien ha hablado del rol de los medios en la sociedad (hay que ser estúpidos para preguntarnos eso a estas alturas y ensayar cualquier respuesta distinta a que ellos tienen un poder de influencia enorme sobre el comportamiento de la gente) y sólo un par de voces más o menos conscientes han hablado de la responsabilidad general de la sociedad, sobre machismo, feminicidio y la mierda en que todos estamos metidos hasta las orejas y que, de tanto rodearnos, ya no la adoptamos como medio único de interacción. Lo que, en resumen, es aporte más a la mierda en que vivimos.

Se han lanzado pronunciamientos públicos de gerencias de canales sobre si son Fuji-Montesinistas, unos vendidos o unos difamadores; se habla del dinero que quiso robar Bryan, se exacerba con morbo la confesión de Ruth Thalia sobre su vida sexual, su trabajo como bailarina de un night club, se hostiga a los padres de la chica con entrevistas, cámaras, micrófonos para obtener sus declaraciones en exclusiva, se juega con las emociones de esa pobre gente y con la nuestra, la de los televidentes; en el colmo de las cosas, se habla de la moralidad de un programa de televisión desde otro programa igualmente inmoral y cuya conductora ha estado presa por delinquir (sí, por delincuente); pero nadie habla de la moralidad de la sociedad, nadie dice que somos machistas, que discriminamos, que la mujer, incluso para las mismas mujeres, son sólo un ser anexo a un macho, ciudadana de segunda clase con la espada de Democles sobre ella dispuesta a asesinarla a la primera muestra de descarrío que tenga en público (en privado no importa, ya que siempre podremos echar mano de ella cuando se nos antoje un poco de placer aunque sea por dinero).

Ya está muerta, pasemos la página

Quizás uno de los casos que mayor indignación debió causar fue la muerte de Soraida, la niña muerta por una bala con la rúbrica estatal, sobre todo cuando sale un señor a decir una barbaridad inconcebible exhortando a la gente a olvidar la muerte de una niña y pensar en cosas más importantes.

Este nivel de brutalidad por parte de alguien que, por su posición, está llamado a ser un ejemplo de moralidad y primer defensor de la vida –no puedo dejar de recordar sus alegatos contra una ley que permita un aborto seguro– sólo es otro ejemplo de las enormes contradicciones en que caemos a cada momento, sobre todo cuando las circunstancias deberían obligarnos a ser un poco más críticos con lo que somos y estamos haciendo. En estos casos siempre preferimos mirar hacia otro lado, hacia otras cosas “más importantes” y olvidar aquello que nos incomoda, aquello que hemos echado bajo la alfombra o detrás de un mueble, ahí donde se ve nunca, aunque sigamos al acecho de nuevas revelaciones en la caja boba.


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SABRÁN DISCULPAR

por Miguel Ángel Peña